viernes, 3 de agosto de 2007

Hoja en blanco

Hubo un tiempo en que escribir lo que sentía o imaginaba era simple, natural. No necesariamente bueno ni de valor literario aceptable pero al menos útil para mí. Sin embargo parece que los años me han silenciado.
No los años por sí mismos sino lo que me ha pasado en ellos. Seguramente el silencio es culpa de lo que permití que pasara y no debí.
Varias veces me encontré con gente que en la adolescencia escribía –prosa, poesía, lo que fuera- y hoy no sólo no escribe sino que casi tampoco lee. Eso podría interpretarse como una evolución natural sino fuera porque la mayoría extraña esta actividad, este permiso de desahogar el alma sin usar a nadie como recipiente de nuestros relatos en momentos de angustia. O mejor aún, la posibilidad de transformarlos a través de la escritura.
No sólo los momentos difíciles serían mejor transitados con el apoyo del papel y el lápiz (sí, prefiero escribir en papel) sino también los felices. A veces es más difícil compartir un buen momento que uno difícil si no se encuentra la compañía correcta.
El punto es que hoy, por circunstancias que no vienen al caso dispongo de algo de tiempo para escribir y el silencio gana la partida.
No es que no tenga temas o necesidades o incluso alegrías sino simplemente que no sé cómo contarlas.
Creí que iniciar un blog sería una buena excusa para escribir pero no me sale nada.
Si alguien llegó por aquí lamento decirle que, al menos por ahora, no encontrará nada.