jueves, 4 de octubre de 2007

Rasticlock

Esto de andar recordando la infancia me está pegando fuerte. ¿Será el famoso “viejazo”?

Trataba de recordar rompecabezas que tuviese en mi niñez y no puedo recordar ninguno. Se lo pregunté a mi mamá pero tampoco pudo precisar ninguno aunque también estaba segura de que había unos cuantos.

Sí recordamos los varios juegos para armar (ladrillitos rasti, mecano, dedalitos, etc) y unos cubos con los que se formaban imágenes (tipo rompecabezas) que al girar las hileras de cubos completas cambiaban de imagen. Pero el que más impacto me causó y ambas recordamos fue el RastiClock.

Se trataba de un verdadero reloj de péndulo para armar. Se montaba sobre dos acrílicos transparentes por lo que los engranajes quedaban a la vista y con ellos todo el funcionamiento del reloj.

Lamentablemente se perdió en una mudanza y no pude conseguir uno para mi hija.

miércoles, 3 de octubre de 2007

Tormenta

Hoy es un día gris. Gris oscuro para ser más precisa. Parecen las siete de la tarde y todavía no son las cinco.

Estuvo así desde la mañana pero ahora ya llegó la lluvia con su show de truenos y relámpagos.

Mi hija lo disfruta bailando bajo la galería con techo de chapa. A ella no la pone melancólica. La llena de energía.

Los perros aprovechan el permiso especial de estar adentro y dado el tamaño del “gordo” hay que andar esperando que se corra de los pasillos para poder pasar.

Por lo general no hago esto pero hoy he decidido seguir las órdenes de la naturaleza y acovachar.

Si señores. Hoy no me mueven de mi casa.

Me voy a armar mi rompecabezas de 2000 piezas.

Osito amarillo

A mis compañeritas de primaria les gustaba mucho venir a jugar a mi casa. No era por el patio grande y arbolado o por lo amplio de los ambientes (¡ay, cómo los extraño!) porque esas eran características comunes en las casas del pueblo. Tampoco a las inexistentes dotes de pastelera de mi madre –que se suplían con galletitas o pan y abundante dulce de leche- ni a mi afición por la lectura. Se debía principalmente a mis muñecas.

No sé por qué pero sólo jugaba con las muñecas cuando no me quedaba otra opción en pos de ser buena anfitriona.

Entonces comenzaba el ritual de bajar las muñecas de las repisas y sacarlas de sus cajas, lo que – supongo- daba a mis amiguitas la recurrente sensación de estar estrenando juguetes.

Si a esto le sumamos los jueguitos de dormitorio (muy moderno en ese momento) y cocina (de los de chapa que heredó mi hija en perfecto estado) mi humilde hogar se transformaba en un lindo espacio de juego.

En ese tiempo no había la variedad de peluches que hay ahora pero en la pared de mi habitación tenía colgada una hermosa pepona que también salía a pasear en las tardes de jugar a la casita e inventar historias que hubiera envidiado el mismísimo Migré. Pero por las noches después de la acostumbrada lectura solía compartir mi almohada con un tierno osito amarillo que, obviamente, no formaba parte de las tertulias antes mencionadas.

Supongo que la aparición de estos fragmentos de recuerdos de mi infancia se deba a que mi esposo me regaló un hermoso Igor para nuestro aniversario y se rió un rato largo cuando, días después, llegó y me encontró durmiendo abrazada el burrito de tela.